Estas tres fotos no tienen nada que ver entre sí, pero así es la vida a veces. Confusa, incoherente y sorpresiva.
La primera es una abuela vecina que tengo frente a mi ventana, y que con cada atardecer sale a regar sus plantas del balcón. Es un privilegio observarla, porque a esa edad el tiempo tiene su dimensión correcta: lenta y conciente. Con una delicadeza que emociona, deja caer suavemente el agua sobre la tierra y las hojas verdes que han estado todo el día bajo el sol. Se demora, se toma su tiempo y sonríe.
La otra imagen es un día agradable en el Metro, en donde se alcanza a ver un mundo paralelo en el reflejo del cielo del vagón. Un mundo patas arriba y un momento duplicado.
Y la última es una familia de venados en plena ciudad, en un sitio abandonado en el barrio Brasil. Un regalo para quien quiera mirar.
No hay comentarios:
Publicar un comentario